Afrontamiento

El afrontamiento
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Concepto:Afrontamiento es cualquier actividad que el individuo puede poner en marcha, tanto de tipo cognitivo como de tipo conductual, con el fin de enfrentarse a una determinada situación. Por lo tanto, los recursos de afrontamiento del individuo están formados por todos aquellos pensamientos, reinterpretaciones, conductas, que el individuo puede desarrollar para tratar de conseguir los mejores resultados posibles en una determinada situación.

Afrontamiento. Este concepto ha tenido importancia en el campo de la psicología durante más de 40 años. Durante los años 1940 y 1950 signi­ficó un concepto organizativo en la descripción y evaluación clínica y, actualmente, constituye el centro de toda una serie de psicoterapias y de programas educativos que tienen como objetivo desarrollar recursos adaptativos. El tema del afrontamiento ha recibido también mucha aten­ción en los medios de difusión como puede comprobarse hojeando el ín­dice de cualquier revista, las listas de ventas de libros o las guías de pro­gramación. Realmente, la palabra afrontamiento es tanto un término co­loquial como científico. A pesar de su prolífica historia y de su popula­ridad actual, existe todavía una falta de coherencia en cuanto a las teo­rías, investigaciones y comprensión del tema. Incluso la revisión más su­perficial de lo escrito tanto por eruditos como por profanos, revela ya confusión en lo que respecta al significado del afrontamiento y a su papel en el proceso de adaptación.

Planteamientos tradicionales

Encontramos el concepto de afrontamiento en dos clases de litera­tura teórica/empírica muy distintas: la una se deriva de la experimenta­ción tradicional con animales, la otra de la teoría psicoanalítico del ego. Ya hernos comentado algo sobre la investigación basada en el modelo animal de estrés y control. Este planteamiento se halla muy influido por las teorías de Darwin según las cuales la supervivencia del animal depen­de de su habilidad para descubrir lo que es predecible y controlable en el entorno y así poder evitar, escapar o vencer a los agentes nocivos. El animal depende de su sistema nervioso para realizar la oportuna descri­minación para su supervivencia.

En el modelo animal, se define frecuentemente el afrontamiento corno aquellos actos que controlan las condiciones aversivas del entorno, disminuyendo por tanto, el grado de perturbación psicofisioló­gica producida por éstas. Por ejemplo, N. E. Miller (1980) dice que el afrontamiento consiste en el conjunto de respuestas conductuales apren­didas que resultan efectivas para disminuir el grado de arosual median­te la neutralización de una situación peligrosa o nociva. De forma simi­lar, Ursin (1980) afirma que «el logro de una disminución gradual de la respuesta tanto en los experimentos con animales como en seres huma­nos, es lo que llamamos afrontamiento. El animal va aprendiendo a afrontar la situación disminuyendo la tensión que le provoca mediante un reforzamiento positivo»

Algunas de las investigaciones más interesantes realizadas sobre psi­cofisiología del afrontamiento y la respuesta cardiovascular han sido realizadas por Obrist y sus colaboradores (198l), en particular en su tra­bajo sobre el concepto de afrontamiento activo, en contraste con el de afrontamiento pasivo. Este autor sugiere de forma contundente que el afrontamiento activo es un mediador importante en los cambios cardio­vasculares regulados por el sistema nervioso simpático.

No es de sorprender que, en general, consideremos el modelo animal de afrontamiento como simplista y pobre en contenido y complejidad cognitivo-emocional. Por ejemplo, el tema central del modelo animal es el concepto unidimensional de drive o arousal y toda la experimenta­ción se centra principalmente en la conducta de huida y de evitación. Con esta orientación es poco lo que puede aprenderse sobre estrategias, las cuales, por otro lado, son de suma importancia en cuestiones huma­nas como las de afrontamiento cognitivo y defensa.

En el modelo psicoanalítico de la psicología del ego, se define el afrontamiento como el conjunto de pensamientos y actos realistas y fle­xibles que solucionan los problemas y, por tanto, reducen el estrés. La di­ferencia principal entre la forma de tratar el afrontamiento en este mode­lo y en el modelo animal radica en el modo de percibir y considerar la relación entre el individuo y el entorno. Aunque la conducta no queda del todo ignorada, es considerada de menor importancia que el factor cog­nición.

Otra diferencia entre ambos modelos es que la psicología psicoanalí­tica del yo diferencia entre varios procesos utilizados por el individuo para manipular la relación individuo-entorno. Por ejemplo, Menninger (1963), Haan (1969, 1977) y Vaillant (1977) ofrecen unajerarquia en la que el afrontamiento hace referencia a los procesos más organizados o maduros del ego; a continuación vendrían las defensas, que se refieren a las formas neuróticas de adaptación, también distribuidas jerárquica­mente y, por último, se encontrarían los procesos que Haan llama de fragmentación o fracaso del ego, que Menninger homologa a los niveles regresivos o Psicóticos de conducta.

En una de sus primeras formulaciones, Menninger identifica cinco órdenes o recursos reguladores, clasificados de acuerdo con el nivel de desorganización interna que indican. En el punto más alto de estajerar­quía se encuentran las estrategias necesarias para reducir las tensiones causadas por las situaciones estresantes que se dan en el curso de la vida diaria. Estas estrategias se llaman recursos de afrontamiento y entre ellas se incluye el autocontrol, el humor, el llanto, blasfemar, lamentar­se, jactarse, discutir, pensar y liberar la energía de una forma u otra. Son consideradas como normales o, como mínimo, características idiosin­crásicas. Sin embargo, si tales estrategias se utilizan inapropiadamente o de forma extrema, como cuando una persona habla demasiado, ríe con demasiada facilidad, pierde los nervios muy a menudo o parece errante y sin rumbo, entonces pierden su categoría de recursos de afrontamiento y se convierten en síntomas que indican un cierto grado de descontrol y de desequilibrio. Cuanto mayor es la desorganización interna, más primiti­vos se vuelven los recursos reguladores. Por ejemplo, los recursos de segundo orden incluyen el abandono por disociación (narcolepsia, amnesia, despersonalización), el abandono a impulsos francamente más hostiles (p. e., compulsiones, rituales) y la sustitución del yo o de parte del yo como un objeto de agresión desplazada (restricción y humillación autoimpuesta, autoenvenenamiento o narcotización). Los recursos de tercer orden vienen representados por conductas explosivas episódicas, o bien energía agresiva, más o menos desorganizadas, entre la que se incluyen las agresiones violentas, las convulsiones y las crisis de pánico. El cuarto orden representa un aumento de la desorganización y el quinto es la desintegración total del ego. En este sistema, los recursos de afron­tamiento son aquellos que indican la desorganización y el quebranta­miento mínimo. Cualquier signo que indique descontrol o desequili brio, por definición, no es un recurso de afrontamiento.

Las defensas de Vaillant (1977) vienen organizadas en cuatro nive­les que van de forma progresiva desde mecanismos psicóticos (p. e., ne­gación de la realidad externa, distorsión y proyección ilusoria) a través de mecanismos de inmadurez (p. e., fantasía, proyección, hipocondria­sis, conducta agresiva pasiva), mecanismos neuróticos (p. e., intelectua­lización, represión, formación reactiva), hasta el nivel más alto, el de los mecanismos maduros (p. e., sublimación, altruismo, supresión, anticipa-ción y buen, humor).

Igual que Menninger (1963) y Vaillant (1977), Haan (1969, 1977) utiliza también un sistemajerárquico para clasificar los procesos del ego. Esta autora propone unaorganizaciónjerárquica tripartita: afrontamien­to, defensa y fragmentación e identifica cada nivel por la fonna en que queda expresado un proceso genérico subyacente del ego. Por ejemplo, el proceso genérico de simbolización del significado viene expresado como un análisis lógico en el nivel de afrontamiento, una racionaliza­ción en el de defensa y una confabulación en el de fragmentación. La sensibilidad se expresa como empatía en el nivel del afrontamiento, proyec­ción en el de defensa y delirio en el de fragmentación. El criterio mayor que utiliza Haan para definir los procesos en el método de afronta­miento es el de adherencia a la realidad; si una persona distorsiona «in­trasujeto» la realidad, tal persona no está afrontando.... la exactitud del individuo es el marco de su afrontamiento, lo que determina si es o no situacionalmente efectiva» 1977,. La suposición subyacente es que:

"...es mejor conocer exactamente las situaciones intrasujeto e intersujetos y actuar de acuerdo, que distorsionar o negar las propias evaluaciones y actos. El valor radica entonces en la exactitud en... los intercambios interpersonales y saber qué sirve para comprobar la realidad social y personal tal como la definen los acuerdos comunes sobre la naturaleza de nuestras experiencias mutuas".

Rasgos y estilos de afrontamiento

Los modelos psicoanalíticos de la psicología del yo que han domina­do la teoría del afrontamiento también han dominado su medición. Sin em­bargo, los objetivos de medición a los que han sido aplicados estos mode­los se han limitado por lo general a clasificar a los individuos para poder predecir la fonna cómo afrontarían algunos o todos los acontecimientos es­tresantes con los que pudieran encontrarse. Esta aplicación del modelo psi­coanalítico del yo da como resultado considerar el afrontamiento estructu­ralmente, como un estilo o un rasgo más que como un proceso dinámico del yo. Por ejemplo, una persona puede clasificarse como conformista o con­sentida, obsesivo-compulsiva o como supresora, represora o sublima­dora (cf Loevinger, 1976; Shapiro, 1965; Vaillant, 1977).

Un estilo de afrontamiento difiere de un rasgo, principalmente en grado y, generalmente, representa formas amplias, generalizadas y abar­cadoras de referirse a los tipos particulares de individuo tales como el po­deroso o el que carece de poder, el amigable o el hostil, el controlador o el permisivo, o a tipos particulares de situaciones tales como ambiguas o claras, imninentes o alejadas, temporales o crónicas, evaluativas o no evaluativas. Los rasgos, que hacen referencia a las propiedades de las que dispone el individuo para aplicar en determinadas clases de situa­ciones, tienen generalmente un espectro menos amplio. Entre los ejemplos de rasgos que se han identificado con el afrontamiento encon­tramos las represión-sensibilización (p. e., Krohne y Rogner, 1982; Shi­pley et aL, 1978, 1979), «mal humor» y «buen humor» (p. e., Funkens­tein, King y Drolette, 1957; Harburg, Blakelock y Roeper, 1979), afron­tamiento-evitación (p. e., Goldstein, 1959, 1973) o control-brusquedad (p.e., S. Miller, 1980). (Para una revisión más amplia de las mediciones de rasgos, véase Moos, 1974.)

Algunas de las descripciones de estilos de afrontamiento basadas en el modelo de psicología del yo más ricas son las que podemos encontrar en los informes de casos clínicos, ejemplo de lo cual es el trabajo de Vaillant(1977). Este autor examinó los datos reunidos durante 30 años correspondientes a varones graduados en una escuela superior y des­pués interrogó a cada uno de ellos. Sus impresiones coincidieron con las de los investigadores que le habían precedido y de ellas extrajo una des­cripción detallada de cada sujeto. Además, las conductas presentadas en momentos de crisis y conflictos se interpretaron por parte de los expe­rimentadores como los mecanismos de defensa que sugerían. Aproxima­damente la mitad de los sujetos presentados por Vaillant en sus casos resultan demostrativos de sus estilos particulares de establecer sus rela­ciones con los demás, de enfrentarse a los problemas y de perseguir com­promisos y objetivos dados. También dedujo a partir de estos análisis, lo que él llama el «estilo adaptativo» que mejor caracteriza la forma en que estos sujetos dirigen su vida en general.

Desgraciadamente, las descripciones de estilos de afrontamiento que se basan en el análisis de casos, tienden a ser retratos idiográficos más que ejemplos de estilos frecuentes de afrontamiento. Como tales retra­tos, su utilidad es limitada y por tanto no facilitan la comparación inter­personal de estilo ni el análisis de un grupo. Además, los estudios de casos utilizados en las investigaciones tienen el inconveniente práctico de requerir grandes cantidades de tiempo y de dinero para proceder a la recogida y análisis de datos.

El patrón A como estilo de afrontamiento

Las conceptualizaciones del estilo de afrontamiento que hemos des­crito anteriormente aparecieron a partir de la psicología del yo; el concepto de patrón A incide más en la conducta que en los procesos del yo y tiene un aire completamente distinto.


Ya hemos mencionado el fenómeno del patrón A en el capítulo 1 en una cita del señor William Osler, que demuestra que la suposición que ciertos tipos de vida aumentan el riesgo de enfermedad cardiovascular tiene una larga tradición en la historia de la medicina. Esta suposición fue apoyada empíricamente por la investigación de Friedman y Rose­man (1974), quienes definieron el patrón A como un «esfuerzo crónico e incesante de mejorar cada vez más en menos tiempo y, si es necesario, contra la oposición de cosas o personas». No consideraremos la enorme literatura que existe sobre el tema. Dado el interés en la relación entre el patrón A y el mantenimiento de la salud, consideraremos por lo menos, brevemente, si este fenómeno guarda relación con algún estilo de afrontamiento.

El patrón A es una constelación de tres conceptos entre sí un con­junto de creencias sobre uno mismo y sobre el mundo; un conjunto de va­lores convergentes en un modelo de motivación o de compromiso (p. e., compromiso con el trabajo); y un estilo conductual de vida (p. e., impa­ciente y competitivo)- que actúan en una amplia variedad de contextos sociales. Aunque autores e investigadores han insistido en uno o en otro de estos conceptos, deberían ser considerados como aspectos psicológi­cos interdependientes de un mismo fenómeno. Los aspectos psicométricos también interesan a los investigadores sobre el tema. No está claro si el patrón A queda mejor definido si se refiere a él como una tipología o como una dimensión entre el extremo patrón A y el extremo patrón B. Esta cuestión general de la tipología versus las dimensiones ha sido debatida por investigadores de la perso­nalidad (véase el debate entre Mendelsohn [[[1979]], quien cuestiona el valor de las tipologías, y Block [ 1982], que las defiende). Otros aspectos psicométricos son los que se refieren a la mejor forma de medición del patrón. En una extensa revisión del tema, Matthews (1982) identifica tres tipos de medición: el Inventario de Actividad Jenkins, la Escala de Framinghan y la entrevista estructurado. Las dos primeras son cuestio­narios rellenados por el propio sujeto y la tercera, un procedimiento utili­zado por Friedman y colaboradores en el que se incluye la evaluación del lenguaje y de las conductas sociales, así como los aspectos expresivos con que el individuo responda a las preguntas. Matthew señala que los tres procedimientos de medición resultan tener «sólo un ligero margen de coincidencia». El afán por entender las características psicológicas de las conduc­tas propias del patrón A, ha llevado a los investigadores a estudiar las reacciones de los sujetos A y B ante diversas tareas y situaciones estre­santes (Diamond, 1982; Lovallo y Pishkin, 1980; Pittner y Houston 1980; Yamold y Grimm, 1982). Algunos investigadores, como Vickers, Hervig, Rahe y Rosenman (1981), han buscado un vínculo entre el patrón A y la actividad defensora del yo. Estos investigadores hallaron que las mediciones mediante entrevista estructurado no guardaban rela­ción con el factor defensa mientras que con los cuestionarios la «implica­ción laboral» correlacionaba con puntuaciones altas en afrontamiento y bajas en defensa. Ello les llevó a formular la interesante hipótesis de que el aumento en el riesgo a padecer enfennedad cardiovascular sola­mente aparece cuando el patrón A se combina con recursos de afronta­miento deficientes. ¿Puede considerarse el patrón A como un estilo de afrontamiento en el que se incluyen varios aspectos conductuales, cognitivo-afectivos y motivacionales interdependientes? Sin duda, las conductas mostradas por el patrón A incluyen lo que nosotros llamamos afrontamiento; por ejemplo, redoblados esfuerzos por alcanzar mayor control de la situa­ción y estrategias que permitan aceptar la falta de tal control sin oca­sionar por ello trastorno alguno. Sin embargo, a excepción de Vickers y sus colaboradores ( 1 98 l), por lo general los investigadores no han inten­tado medir explícitamente los pensamientos y las conductas de afronta­miento ya que su interés se ha centrado en el rendimiento en el trabajo. Por consiguiente, hablar del patrón A como estilo de afrontamiento es hacer una interpretación, nuestra interpretación para ser exactos, pero también es algo que puede demostrarse. Hablando de forma más amplia, los estilos de afrontamiento tienen en general un gran potencial teórico. Una taxonomía de estilos de afron­tamiento que reúna la riqueza y complejidad de todos los procesos adaptativos puede servir de ayuda en la sistematización de la investiga­ción sobre la relación entre afrontamiento y resultados adaptativos, no sólo en el contexto de la salud y la enfermedad, sino también dentro del contexto de la familia y del trabajo. El desarrollo cuidadoso de tal taxo nomía podría ser una contribución importante en el estudio del estrés.

Estilos cognitivos

El modelo psicológico del yo originó también toda una estructura de teoría y de investigaciones sobre los estilos cognitivos. Estos estilos se refieren a las respuestas automáticas más que a las que obedecen a un esfuerzo y, por tanto, no las consideramos estilos de afrontamiento. (Más adelante discutiremos la cuestión de las respuestas automáticas versus las de afrontamiento, que implican esfuerzo.) Por tanto, los esti­los cognitivos sirven como mecanismos de control y sus efectos guardan cierto parecido con lo que a veces queremos decir con estilo de afron­tamiento.


Controles cognitivos. Gardner, Holzman, Klein, Linton y Spence (1959) desarrollaron el concepto de controles cognitivos para describir con ello los atributos de los aparatos perceptivos y de memoria que funcionan al margen de los conflictos del yo. Los controles cognitivos son estilos aceptados como importantes variables mediadoras en el man­tenimiento de la estabilidad de las actitudes y orientaciones del indivi­duo. Se consideran operaciones de estructuras del yo que actúan para proporcionar un equilibrio adaptativo entre los esfuerzos intemos y las demandas de la realidad.

Un control cognitivo sería el de nivelamiento-agudización, que esta­ría relacionado con el equilibrio entre los estímulos nuevos y los recuer­dos de experiencias previas. El nivelamiento expresa la tendencia a ver las cosas en términos de parecidos o similitudes. La agudización, en cambio, es un modo de ver las cosas en base a las diferencias que pre­sentan. Otros controles cognitivos son Iafocalización o scanning, im­portante para determinar la atención espontánea prestada a diversas situaciones, el rango de equivalencia, importante para establecer jui­cios sobre similitudes y diferencias, el controlflexible y estrecho, que de­cide la respuesta ante la percepción de situaciones incongruentes y la to­lerancia a las experiencias irreales, importante para configurar la respuesta a situaciones que desafian o agotan los conocimientos usuales sobre la realidad externa (Gardner et al., 1959).

Dependencia e independencia de campo.

La dimensión analítica global desarrollada por Witkin y sus colegas es un buen ejemplo de otro estilo cognitivo con raíces en la percepción y en la psicología del yo (para una revisión más extensa, véase Witkin, Goodenough y Oltam, 1979). Su trabajo empezó con un análisis de, las tendencias de dependencia e independencia de campo (cf. Witkin, Dyk, Faterson, Goodenough y Karp, 1962). Estos dos estilos se evalúan mediante tests basados en la manera en que cada sujeto configura su percepción espacial. En estas pruebas, el sujeto se sienta en una habitación a oscuras frente a un dispo­sitivo con un punto móvil luminoso. El dispositivo es inclinado por el ex­perimentador y se le pide al sujeto que sitúe una línea en posición perpendicular al dispositivo. Una gran inclinación de la línea indica obediencia a las señales luminosas, mientras que una línea en posición vertical indi­ca independencia del campo visual y seguridad en la posición del cuerpo. La finalidad de esta prueba es analizar hasta qué punto los sujetos utili­zan las señales externas del campo visual o el cuerpo en sí mismo como punto de referencia para situar la dirección perpendicular.

Limitaciones y defectos de los planteamientos tradicionales

Un buen número de problemas limitan la utilidad de los planteamien­tos tradicionales sobre el afrontamiento y las dimensiones de rasgo y es­tilo. Algunos de estos problemas no son necesariamente consecuencia de las teorías existentes, pero aparecen como resultado de la forma en que estas teorías se han expresado respecto a las mediciones del afronta­miento. Podría hablarse de cuatro aspectos principales: el enjuicia­miento del afrontamiento como un rasgo o estilo estructural; la falta de diferenciación entre afrontamiento y conducta adaptativa automática; la confusión entre afrontamiento y consecuencia y la equiparación de afrontamiento y dominio.

El afrontamiento como un rasgo o un estilo

Los modelos tradicionales de afrontamiento tienden a insistir en los rasgos o estilos; es decir, en estructuras del yo desarrolladas por el propio sujeto que, una vez creadas, actúan presumiblemente como predisposi­ciones estables para afrontar de una forma u otra los acontecimientos de la vida. Aunque tal perspectiva estática y estructural no está formulada teóricamente, los conceptos estructurales como el de rasgo-estilo ocupan un lugar central en la práctica y la investigación. Terminamos hablando de individuos reprimidos o vigilantes, dependientes o independientes de campo, negadores, etcétera.

Si la determinación de los rasgos de afrontamiento permitiera prede­cir lo que realmente hará el individuo para afrontar determinadas situa­ciones estresantes, la investigación sería algo sencillo puesto que todos los intentos y propósitos de un individuo quedarían determinados por sus rasgos. Si una persona afronta la amenaza mediante la evitación, siempre que se sienta amenazada cabria esperar el recurso a tal estrate­gia. Sin embargo, la determinación de los rasgos de afrontamiento ha tenido un valor muy modesto para predecir los procesos de afrontamien­to reales Los problemas que aparecen al utilizar los rasgos como predictores quedan bien patentes en las investigaciones sobre el afrontamiento de la amenaza de intervención quirúrgica, realizadas por Cohen y Lazarus (1973). Los pacientes quirúrgicos fueron entrevistados en el hospital la tarde antes de su intervención y se anotó la información que tenía cada uno sobre su enfermedad y tratamiento, así como su interés por saber más de ambos aspectos. Este procedimiento permitiría conocer lo que el individuo pensaba y hacía en una determinada situación en el momento en que aparecía la amenaza, cosa que no se puede hacer con la simple medición de rasgos. Los pacientes oscilaron desde la evitación, caracte­rizada por un escaso conocimiento y el deseo de no aumentarlo, hasta el afrontamiento vigilante, en el que el sujeto disponía ya de mucha información y recibía con agrado cualquier dato que pudiera aumentarla. Junto con esta valoración directa del afrontamiento, se realizó también una medición clásica de rasgos mediante la escala de Byme (1 964) de re­presión-sensibilización. No se hallaron correlaciones entre la medición directa del rasgo y la medición del proceso. Esta, por sí sola, pre ¡jo a rapidez y la facilidad de recuperación de la operación: los evitadores actuaron en este sentido mejor que los vigilantes. Más importante aún para la cuestión que ahora nos ocupa es el hecho de que la medición di­recta del rasgo no predijo la forma en que el individuo afrontaría real­mente la amenaza en el momento de su aparición.

El afrontamiento versus la conducta adaptativa automática

Existe una diferencia importante entre las conductas automáticas y las conductas de esfuerzo que no se pone de manifiesto en ninguno de los planteamientos tradicionales sobre el afrontamiento. Los recursos que los seres humanos necesitamos para sobrevivir pueden aprenderse a tra­vés de la experiencia. Una observación útil sobre la adaptación humana es que cuanto más rápidamente pueda el individuo aplicar estos recur­sos de forma automática, más eficazmente podrá manejar sus relaciones con el entorno. Vemos una importante diferencia entre las primeras fases de la adquisición de recursos, que requieren un enorme esfuerzo y concentración y las fases últimas, en las que tales recursos se han vuelto ya automáticos.

Por ejemplo, los conductores experimentados generalmente no son conscientes de cuándo utilizan el embrague o el freno, y no desarrollan un gran esfuerzo para llevar a cabo estas operaciones. Hacemos estas cosas de forma tan automática que, por ejemplo, podemos ir pensando en un problema del trabajo mientras llevamos a cábo estas complejas maniobras para llegar hasta él. Estos actos son adaptativos pero no pueden llamarse de afrontamiento; si lo fueran, entonces podríamos llamar afrontamiento a casi todo lo que hacemos. Sin embargo, cuando ocurre algo que está fuera de la rutina, por ejemplo, una carretera cerra­da por obras, que obliga a tomar una decisión como irse por otra ruta o un pinchazo que obliga a cambiar una rueda por otra, entonces se requiere un esfuerzo. En todos estos ejemplos, los esfuerzos de afrontamiento son fácilmente distinguibles de las conductas adaptativas automáticas que aparecen en las situaciones habituales.

La confusión entre afrontamiento y resultados

Tanto en los modelos animales como en la psicología psicoanalíti­ca del yo, el afrontamiento es equiparado al éxito adaptativo, lo que tam­bién ocurre en el lenguaje coloquial. En el sentido original de la palabra, decir que una persona afronta las demandas de una determinada situación sugiere que tales demandas serán vencidas con éxito y decir que una persona no podrá afrontar, sugiere ineficacia o insuficiencia.

En los tres modelos psicoanalíticos del yo que hemos descrito antes, existe una jerarquía de afrontamiento y defensa según la cual algunos procesos son considerados automáticamente superiores a otros. Para Menninger, lajerarquía representa el grado de desorganización o primiti­vización el cual, a su vez, nos informa de la intensidad del estrés. Se trata de un análisis completamente circular. Para Haan, el afrontamiento refleja un yo fuerte y con un buen funcionamiento, la defensa es una con­ducta neurótico y el fracaso del yo representa el grado más desorganiza­do de funcionamiento.


Cuando la eficacia implica necesariamente afrontamiento y la ineficacia defensa, se produce la inevitable confusión entre el proceso de afrontamiento y el resultado de tal proceso. Estos sistemas conceptuales no son apropiados para la investigación de la relación entre afrontamien­to y resultado, por lo que debemos abandonar el planteamiento jerárqui­co y aprender a estudiar de forma independiente ambos aspectos. Para determinar la efectividad de los procesos de afrontamiento y de defensa hay que tener la mente abierta a la posibilidad de que ambos pueden fun­cionar bien o mal en determinadas personas, contextos u ocasiones.

La identificación del afrontamiento con el dominio del entorno

Existe un corolario implícito en las definiciones de afrontamiento que consideran ciertas estrategias esencialmente mejores o más útiles que otras; es decir, el mejor afrontamiento es aquél que modifica la rela­ción individuo-entorno en el sentido de mejorarla. Al hallarse tan profun­damente impregnadas de los valores occidentales que hacen referencia al individualismo y al dominio y debido también al impacto de las teorías de Darwin sobre el pensamiento psicológico, estas definiciones tienden a confundir el dominio del entorno como el tipo de afrontamiento ideal. El afrontamiento es considerado como equivalente de la actuación efectiva para la solución de problemas.

La cuestión no es que la resolución de los probemas no sea algo de­seable, sino que en la vida, no todas las fuentes de estrés son suscepti­bles de ser dominadas o de ser encajables en un modelo plausible. Ejem­plos de ello los encontramos en los desastres naturales, en las pérdidas inevitables, en la vejez, la enfermedad y los numerosos conflictos huma­nos que la psicología y la psiquiatría han venido tratando desde antiguo. Insistir en la resolución del problema y en el dominio de la situación, resta valor a otras funciones de afrontamiento relacionadas con el dominio de las emociones y con el mantenimiento de la propia estima y de una imagen positiva, especialmente en situaciones irremediables. Los proce­sos de afrontamiento que se utilizan para soportar tales dificultades, o para minimizarías, aceptarlas o ignorarlas, son tan importantes en el ar­senal adaptativo del individuo como las estrategias dirigidas a conseguir el dominio del entorno.

Una vez revisados los planteamientos tradicionales sobre el afronta­miento y consideradas sus limitaciones y defectos, estamos ya en situa­ción de exponer nuestra propia definición y conceptualización del proce­so, con el propósito de evitar errores del pasado.


Véase también

Fuente

Compendio de Métodos Psicodiagnósticos de los Autores: PhDr. Vladimír Cerny, CSc. Doc. PhDr. Teodor Kollárik, CSc. Bratislava, 1990