La lectura José
Antonio Millán |
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I. De
la información al conocimiento II.
Las raíces de la lectura |
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Nota
previa: En el 2000, y
por encargo de la Federación de Gremios de Editores de España,
escribí un opúsculo sobre la lectura que, gracias a su licencia de reproducción, se
ha vuelto a publicar muchas veces tanto en forma impresa como en línea. Casi
cuatro años después, con ocasión de incorporarlo a mi web
lo he releído y, como es lógico, he comprobado que si hoy lo reescribiera cambiaría ciertas cosas, pero he preferido
dejarlo como está y apostillarlo en el margen izquierdo. |
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Comentarios a |
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Fuente de
la cita de Cervantes |
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I. De la información
al conocimiento —Ahora
digo —dijo a esta sazón Don Quijote— |
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sobre la expresión
«sociedad de la información»: Information society, sociedad de la información,
societé de l'information |
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La información como punto de partida La «sociedad de la
información» se nos presenta como una realidad al tiempo dominante y huidiza; pero que eso no nos asuste. Sepultados por
miríadas de nuevos términos, por convulsiones empresariales y financieras,
por promesas y despliegues asombrosos, no hemos tenido aún el reposo
suficiente para analizar qué hay en realidad dentro de ella, e incluso más:
qué hay para nosotros, qué nuevos márgenes de acción nos permite. |
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La
información nos rodea desde hace décadas, creciendo exponencialmente: hace
treinta años, la documentación de construcción de un gran avión pesaba tanto
como la propia aeronave. Hoy las cosas son del mismo modo, pero la
documentación ya es mayoritariamente digital. Igual que las revistas
científicas, en número constantemente creciente; y los corpus de leyes y
jurisprudencias locales, autonómicas, nacionales y comunitarias; y las
noticias sectoriales, generales y locales; y las informaciones de las
empresas; y las transacciones corporativas; y un océano de patentes, de
informaciones sobre procesos y productos. A ello hay que sumar los esfuerzos
gigantescos por incluir en formato digital muchos de los libros y revistas de
las grandes bibliotecas; y los documentos de los archivos. ¿Nos olvidamos de
algo? Por supuesto: de los datos sobre los datos. Los catálogos: de nuevas
cosas y de antiguas bibliotecas y archivos, los directorios, los resúmenes y
las bibliografías, los compendios de informaciones: por área geográfica, por
personas, por tema, por fecha... ¿Y los datos sobre datos sobre datos? Pues
también: ahí están los catálogos de catálogos, los descriptores de
descriptores; los recursos sobre recursos... |
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La web pública tendría hoy en día 4.000
millones de páginas estáticas, de páginas dinámicas, un número cientos de
veces mayor; la web profunda (paginas de intranets
o por contraseña) es miles de veces mayor que la web
pública. |
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Es difícil no sentir
vértigo: a una sociedad en crecimiento constante y que genera ingentes
cantidades de documentos, se une la recuperación de gran parte del acervo
producido en épocas anteriores, y a todo ello las herramientas para
organizarlo y ordenarlo. Todo pasa a formato digital; todo acaba formando
parte de la Web: todo está al alcance de la mano. Unas como informaciones
abiertas, accesibles a cualquiera; otras, de acceso restringido. Pero la masa
total es ingente: medio billón de páginas web, según los últimos datos; es decir: quinientos mil
millones de páginas de información... al otro lado de la pantalla. |
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¿Cómo
comprender su magnitud?: supongamos que se reparte una obra del tamaño de la
enciclopedia Espasa a cada hombre, mujer,
adolescente, bebé o anciano de Madrid (por tanto, muchas casas recibirían
varias obras, y acabarían con cuatro o cinco paredes cubiertas por ellas).
Ahora pensemos: todas las obras son diferentes. Y a continuación:
podemos hojear cualquiera de ellas. Inmediatamente. ¿Qué experimentamos?
¿Felicidad o vértigo? |
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Lo contó Borges en
forma alegórica en su célebre relato La biblioteca de
Babel.
Esa fabulosa biblioteca contenía (dicho en palabras de hoy) toda la
información posible, porque cualquier posible conjunto de palabras estaba en
alguna de sus inagotables estanterías. Libros buenos y malos, mediocres;
falsos y auténticos, medio falsos y medio verdaderos: todos. ¿Les suena a
algo? La Web es nuestra
Biblioteca de Babel. Pero necesitamos utilizarla... Espigar el hilo de un dato
que necesitamos; averiguar en esta masa de informaciones de muy diversa
procedencia cuál es la que nos hace falta: compararla con otra,
seguirla hasta donde nos sirve, y no más allá. Localizar una tercera y una
cuarta. Sacar conclusiones parciales; ponerlas en cuarentena. Buscar luego
otra fuente diferente, seguir sus hilos. Volver sobre las ideas puestas en
reserva y avanzar en conjunto. Repetir el ciclo una, diez veces: crear
documentos provisionales, difundirlos y recibir las realimentaciones de
otros. Al final —con suerte— comprender, resumir y actuar. Las operaciones que
acabamos de describir no son extraordinarias: son las habituales y necesarias
en múltiples procesos diarios. Y no se limitan a la simple búsqueda de
información: implican algo más. Y además se aplican a infinidad de campos. Lo
que se buscaba han podido ser elementos para una investigación médica, ideas
de explotación empresarial, rastros de personas o de hechos del presente o
del pasado, funcionamientos de compañías o de instituciones, experiencias
industriales, precedentes legales, pistas sobre nuestra competencia, ideas,
señales de alarma, claves para la comprensión, para la investigación, para el
negocio... Decíamos que la mayor
parte de las operaciones intelectuales que utilizan la herramienta de la Web
no pretenden sólo "recuperar información". Intentan construir
un conocimiento.
Esa es la meta real de las personas, de las corporaciones y de las
instituciones. Y
conocimiento no es información; reparemos en los
matices: |
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Mario Bunge |
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Un personaje del escritor
fantástico H. P. Lovecraft emprende la búsqueda de
una ciudad con cuyas cúpulas doradas en el sol de la tarde había soñado
tantas veces. Perdido entre las marañas de callejuelas puede, por fin —gracias al auxilio de una mágica llave de
plata—, acceder a ella.
Cuando lo logra, descubre que no es otra que su propia ciudad natal:
manifestada o revelada bajo una nueva luz. Sí: la ciudad onírica
estaba dentro de su ciudad real (podemos extrapolar nosotros ahora) como el
conocimiento está dentro de la información: agazapado, polvoriento, esperando
la llave mágica. Y ya es hora de
revelar nuestro secreto: la llave mágica del conocimiento es la lectura. Será necesario
repetirlo, porque estamos subyugados por la magnitud y las virtudes de los
nuevos prodigios tecnológicos, y al tiempo deberemos reaprender las
potencialidades y las maravillas de algo que consideramos trivial, sólo
porque lo poseemos ya, y porque nos acompaña desde hace muchísimo tiempo. La lectura es la
capacidad de los humanos alfabetizados para extraer la información textual.
(Existe también la "lectura de las imágenes" de la que habremos de
hablar igualmente...) Y es hora de avanzar la tesis central de estas páginas:
la lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información. La colosal acumulación
de datos que ha constituido la sociedad digital no será nada sin los hombres
que los recorran, integren y asimilen. Y esto no será posible sin habilidades
avanzadas de lectura. Es cierto que el
acceso a la información digital exige nuevos saberes.
Algunos de ellos antes estaban confinados a profesiones muy especializadas
(los documentalistas, los bibliotecarios). Pienso en la capacidad de manejar
bases de datos, en la utilización de palabras clave para las búsquedas, en el
uso de operadores booleanos (Y, O), en la
indización de la documentación propia... Todo ello es real: son saberes nuevos, antes reducidos a una práctica
profesional, y hoy necesarios hasta para el escolar que prepara un trabajo.
Pero además de ellos, y vitalmente necesarios para la conversión de las
informaciones halladas en conocimientos, está la habilidad tradicional de
lectura. Que no nos extrañe: el
desarrollo humano no avanza en zigzag ni a saltos, sino que normalmente
construye sobre lo anterior. La lucha por comprender y utilizar las nuevas
tecnologías digitales exige muchas cosas nuevas, sí; pero presupone las
antiguas. Y la más importante de ellas es la lectura. |
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La lectura es una
habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la suma de varias
habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a edad temprana.
Como ocurre con las facultades humanas que usamos desde siempre (la maravilla
del lenguaje, de la percepción visual), es difícil darnos cuenta cabal de su
complejidad. La lectura comprende,
en un principio, la capacidad de discernir una letra de otra: ¿qué tienen que
ver las siguientes formas entre sí? |
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Steven Killings, Optical Character Recognition |
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A a a
A Poco: y sin embargo
todas son la a. ¡Qué entrenamiento visual y gráfico, qué
finura de apreciación requiere identificar los signos a través de
tipografías, tamaños y características diferentes! A continuación, está
la habilidad para leer bloques completos de letras: las palabras. Como los
lectores de este texto son avezados en la tarea, no reparan (por fortuna) en
la forma en que la están realizando. Los lectores avanzados no leemos letra a
letra, sino que más bien reconocemos las formas típicas, globales, de cada
palabra (lo que los expertos llaman "la forma de Bouma"), y
las interpretamos en conjunto: |
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Este es el pasaje de las Confesiones
donde se encuentra la descripción: Libro Sexto, capítulo III. (Está en
inglés; lo siento pero no he localizado ninguna versión española por línea). |
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Y no para ahí la cosa:
somos capaces de descifrar no sólo la palabra en la que fijamos la vista,
sino además las que se encuentran a sus costados: eso hace que podamos leer Pues bien: los
lectores que no llegan a este estadio de lectura por bloques no han alcanzado
el pleno desarrollo de la habilidad. Leerán despacio y mal... Más maravillas: las
letras convocan sonidos en nuestra mente, pero los lectores avanzados leemos en
silencio. Esto es nuevo en la historia: no ha sido
siempre así. Durante muchos siglos la lectura, incluso la lectura solitaria,
fue siempre en voz audible. ¿Cómo lo sabemos? Un pasaje de las Confesiones de San Agustín (siglo
IV después de JC) nos relata el asombro que sintió cuando sorprendió a San
Ambrosio leyendo en soledad... ¡en completo silencio! |
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¿Qué tiene que ver la forma con
la información? |
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Las
personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen. Otras no
emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como subvocalización: su glotis se mueve
imperceptiblemente. Ni unas ni otras han interiorizado la conversion
directa de texto en significado, y por lo tanto son lectores defectuosos y
poco hábiles. |
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Entrevista con
Paul Saenger, autor of Space
between Words: the Origins of Silent Reading
(Palo Alto, Stanford University Press, 1997) |
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Y ya es hora de que
avancemos un paso más, y de camino nos acerquemos a lo que es el auténtico
objetivo de estas páginas. En realidad, nuestra forma de leer actual —rápida, silenciosa, eficiente— fue surgiendo en paralelo al desarrollo de lo
que hoy llamaríamos tecnologías editoriales. Los lectores de antiguos
manuscritos leían en voz alta, entre otras cosas porque los textos estaban
escritos sin separación de palabras: intenteustedsihaceelfavorleerestaristradeletrassinpronunciarla |
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Tantos
adelantos para conseguir la comunicación tipográfica se ven vulnerados
con frecuencia |
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A medida que avanza la
construcción del espacio gráfico y tipográfico en los
libros, aumenta la finura de la información suministrada; a medida que los
procedimientos de representación textual se refinan, los sistemas de lectura
avanzan, mejoran y se automatizan. Es una dialéctica entre mejoras
tecnológicas y habilidades psicológicas: en su desarrollo mutuo llegan a la
evolución y eficiencia que conocemos en el libro y la lectura modernas... Ambas han crecido juntas. Los desarrollos editoriales y tipográficos fueron preparando el terreno
para lograr una extracción de información rápida y
eficiente. Por una parte se crearon tipos de letra claros y legibles. Por
otra, se desarrollaron diseños de página adecuados a las capacidades de
lectura (líneas sin demasiados caracteres, blancos para dar descanso visual).
Al tiempo, se crearon los primeros dispositivos de interactividad textual avant
la lettre: márgenes amplios para acomodar los
comentarios manuscritos del lector, páginas en blanco para sus adiciones y
comentarios.... La producción de las
obras reforzó estas características facilitadoras
de la lectura: papeles de un color claro uniforme (pero no tan blancos como
para que la luz reflejada hiriera los ojos); impresiones claras y nítidas,
encuadernaciones que permiten el manejo cómodo de la obra... |
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Esto, por ejemplo, es una apostilla en
cuerpo menor |
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Los
recursos tipográficos ayudaron desde muy pronto a que el lector comprendiera
la jerarquía de los contenidos. La división en capítulos con sus títulos y
apartados estructuró las obras. Las notas al pie, las apostillas y el cuerpo
menor permitieron diferenciar al texto principal de los elementos laterales,
o menos importantes. Las entradas de los capítulos, los cuadros sinópticos y
los esquemas resumieron la información para una consulta rápida. |
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Con el
hipertexto hay índice
incluso sin paginación. |
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Mientras tanto, la paginación
permitió crear índices de contenido, y su unión con la ordenación alfabética
creo los índices analíticos. Todas las tecnologías de acceso interno a la
información estaban dispuestas, y pervivieron con pocas modificaciones
durante cinco siglos. Los lectores
avanzados, aliados con estos dispositivos refinados de apoyo a la lectura,
buscaron, encontraron y compartieron información, y crearon durante mucho
tiempo la cultura de nuestra sociedad. Bien: llegados a este
punto, el lector ya debería tener claras ciertas cosas, que pasamos a
recapitular:
En la segunda parte
iremos más allá: cómo la lectura permite no sólo la construcción del
conocimiento, sino también su comunicación. Y para finalizar exploraremos la
consecuencia natural de estas premisas: los
colectivos que quieran afianzar su posición en la sociedad de la información
deben favorecer la lectura. ¿De qué manera? Escuchar con los ojos |
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Texto
completo del soneto de Quevedo |
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Con un sentido muy
barroco de la existencia, el gran Quevedo explicaba de esta forma su relación
con la lectura:
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Sobre el
aumento en el número de emails |
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Lo que recalcaba
Quevedo era el papel de la cultura escrita como preservadora del
conocimiento, como posibilitadora del diálogo con
el pasado. A este rasgo —que todavía hoy se
mantiene— se une ahora que la
escritura es un factor clave de comunicación con nuestros contemporáneos. Ya
hemos mencionado las asombrosas dimensiones de la Web, ese depósito de datos
e informaciones variadas. Pero es muy probable que las comunicaciones que las
personas se intercambian en los "grupos de noticias" (newsgroups) igualen en tamaño a
la propia Web. Y los correos electrónicos están adquiriendo un auge
extraordinario: cada minuto se envían en el mundo cinco millones de correos
electrónicos. Ya hay más mensajes de correo electrónico que de voz... Y
además, tenemos las nuevas formas de "oralidad
por escrito", como los chats, esos intercambios de
mensajes escritos en tiempo real. |
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;-) Sobre el
número de SMS.
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De
nuevo, parece que la comunicación interpersonal, ya sea privada o
semipública, descansa sobre las habilidades lectoras. Está resurgiendo el
género epistolar (que desde la llegada del teléfono experimentaba un claro
retroceso), con nuevas formas, con nuevos elementos —acrónimos, palabras nuevas, emoticonos (esas caritas esquemáticas que expresan
emociones)—,
pero más pujante que nunca. Y se ha recuperado a varios niveles: el
intercambio de notas entre adolescentes que usan los mensajes cortos de su
teléfono móvil, el email recordatorio o
conminatorio (sin encabezamiento, de una sola línea); pero también el mensaje
de correo electrónico largo y demorado, tan extenso como la mejor carta del
pasado... Seguiremos hablando por teléfono, y cada vez hablaremos más a
través de la red, pero el correo electrónico (o sus descendientes)
permanecerán, porque presentan muchas ventajas para las personas, para las
empresas, para las instituciones: la posibilidad de meditar lo que se dice,
el almacenamiento y posterior recuperabilidad de
los mensajes propios y ajenos... Sí: al mundo de las
relaciones personales ha vuelto la letra, y con ella la lectura. ¿Cómo aprendemos a
leer? ¿De dónde sacamos esas habilidades complejas que, como hemos visto, se
han ido construyendo históricamente? Hay que recordar en
primer lugar el papel de la escuela, de la educación
primaria. En ella se ponen las bases para la adquisición de la lectura. Ha
habido un gran desarrollo de las metodologías de iniciación a la lectura y,
sobre todo, la escuela actual acumula las experiencias de numerosísimas
generaciones que aprendieron a leer en ella. |
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No se trata sólo de la adquisición de unas
técnicas. Si ellas no vienen acompañadas del despertar de una motivación, de
poco servirían. Los enseñantes actuales tienen a su
disposición lecturas atractivas y adecuadas a muy distintos niveles (porque
el mundo de la edición ha contribuido a ello creándolas). Tenemos hoy
"libros blanditos", de tela, que los infantes prealfabéticos
pueden estrujar y chupar, como en una prefiguración de lo que será su futura
actividad intelectual. Hay libros bellísimamente ilustrados, sin letras; o
con palabras gigantescas, a una por página; con colores, texturas, materias,
olores; con solapas que estirar, puertas que explorar, pirámides que se
erigen al abrir una página; libros que describen el mundo real o construyen
uno imaginario: la diversidad de obras para quienes empiezan a leer es
inmensa, y la escuela puede aprovecharlas. Hay que añadir que no podrá
hacerlo sin recursos, sin bibliotecas en los centros, sin profesionales para
su animación... |
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Además
la enseñanza, desde sus primeros niveles, tiene la misión de poner al alumno
en contacto con las complejas tipologías de materiales de lectura
contemporáneas: no solo el libro, sino también la revista, el periódico o el
catálogo; no solo el artículo, sino también el gráfico o la publicidad. Los
alumnos deben crecer educados en la multiplicidad de los soportes y
modalidades de la información, y eso les va a servir de mucho en un medio
(como el digital) extremadamente variado y flexible. Una observación, al
hilo de todo esto... Parte de la educación escolar de hoy —con el apoyo de los libros de texto y
materiales complementarios— intenta también dar
herramientas para la interpretación de los gráficos, esquemas y yuxtaposición
de imágenes. En origen, esta es la respuesta de la enseñanza a la eclosión de
lo que se dio en llamar "la sociedad de la imagen", pero
encontraremos también que resulta de especial utilidad para manejarse en un
medio mixto como el que supone la Web. |
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Sobre la
interpretación de una fotografía: Arcadi Espada, Vista
general sobre la playa, parte 1
parte 2
parte 3 Del sitio
de Edward Tufte: un
esquema histórico: la retirada de Rusia de Napoleón En torno
a la creación de una infografía periodística:
Alberto Cairo, Sobre la verdad |
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En concreto, es
necesario saber interpretar la contigüidad de imágenes y textos (que a veces
crea relaciones más insidiosas —por lo ocultas— que los puros encadenamientos textuales).
Hace falta comprender los límites de los testimonios "reales": el
video no es la acción; la foto no es la cosa; la parte no es el todo... Hay
que entrenar en la interpretacion de los gráficos,
cuadros, esquemas y ayudas infográficas, tan
presentes en la información contemporánea, porque pueden transmitir
interpretaciones sesgadas, o directamente erróneas de los datos. En suma: el lenguaje
de las imágenes, y de las relaciones de éstas con el texto, exige una formación
independiente, que las escuelas —y los textos que en
ellas se usan— están procurando
también dar. |
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Sí, parece que la lectura se minusvalora
frente a lo audiovisual, ¡incluso hablando de bibliotecas! |
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Pero la enseñanza
escolar es sólo el principio. Las complejas habilidades que, como hemos
visto, moviliza la lectura exigen no sólo que la persona que aprende se
encuentre en un determinado nivel de maduración neurológica; no sólo que se
inicie en los rudimentos del descifrado de textos, sino que estas
disposiciones se activen y ejerciten durante largo tiempo. Un lector
avanzado, una persona que puede enfrentarse con un texto en condiciones
óptimas de aprovechamiento y velocidad, sólo se forja a lo largo de años de
práctica. De ahí la importancia
(en esta materia, como en otras muchas) de compartir la formación escolar con
la del hogar. El niño que no crece en un ambiente de
lectura en su casa, difícilmente podrá alcanzar plenamente las capacidades
para tratar con textos. El que no disponga de una variedad suficiente de
tipos de obras no aprenderá a vérselas con los distintos niveles de acceso a
la información escrita: la lectura profunda, la
búsqueda de un dato específico, la lectura somera rastreando una idea... Sí: la riqueza en
libros y en publicaciones, la abundancia en lectura de un medio familiar (o
en una biblioteca pública: luego abundaremos en ello), es la mejor garantía
de un desarrollo pleno de las capacidades lectoras. La falta de hábitos y de
ocasiones de lectura hará muy difícil el pleno desarrollo de esas potencias.
Y la persona que no las tenga está muy mal preparado para la sociedad de la
información: así de simple. Pero a su vez, ¿cómo
conseguir el clima social que dirija hacia esta importante práctica? ¿No
están nuestros medios de comunicación exacerbando la orientación hacia los
elementos multimedia (imagen y sonido) de la sociedad de la información, con
absoluto olvido de la lectura? Si nuestras tasas de lectores son tan bajas en
comparación con los países a los que deberíamos equipararnos, ¿no es en parte
por la falta de un auténtico clima mediático en su favor? Que una modernidad
mal entendida no nos prive del necesario apoyo en un tema clave... |
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Un
artículo apasionado de André Schiffrin sobre las
librerías de Japón. |
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Quien visita Nueva York o Seattle, tenga o no la
oportunidad de encontrarse con los artífices de las compañías que están
cambiando el mundo, puede tener sin embargo una experiencia crucial. Aborde
un transporte público; móntese en el metro o en un
ferrocarril de cercanías y mire en torno. Una mayoría de las personas a su
alrededor están leyendo, y muchas de ellas leen libros: las baratas ediciones
paperback (o rústica) que ha
sido la gran aportación de la cultura anglosajona al mundo del libro; los
libros aún con el tejuelo de la biblioteca pública, tomados en préstamo por
una o dos semanas... Otros están enfrascados en periódicos, revistas... Así son las cosas. La
cultura que dicta los rumbos del mundo contemporáneo desde sus empresas y
universidades, la cultura que acumula una proporción de premios Nobel por habitante superior a cualquier otra, es una de
las culturas más lectoras de la Tierra. No es un caso único:
los visitantes de Japón observan también sorprendidos la proliferación de
lectores públicos, hasta tal extremo que hay una figura que ha necesitado la
acuñación de una palabra nueva en su lengua: "el-que-lee-de-pie-en-la-librería". Sí: estos lectores ávidos y de poco dinero,
a los que se consiente su actividad silenciosa junto a la mesa con las
novedades, son otro exponente de cómo lectura y avance van juntos... |
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Porque (llegamos a un
nuevo flanco vital), allí donde el sistema educativo no pueda acompañarnos
más; allí donde los hogares, por motivos históricos o económicos, no
puedan proporcionar los medios para crecer en la lectura, una potente red de
bibliotecas modernas y bien dotadas es el lugar donde
adquirir los medios para seguir. ¿Hay que recordar cómo las sociedades más
lectoras y avanzadas del mundo abundan también en bibliotecas abiertas a
todos? Las pequeñas bibliotecas suecas, donde los niños aprenden a ir a jugar
con libros; las bibliotecas públicas americanas, donde cualquier ciudadano
busca —y encuentra— el dato que le falta, el libro que necesita
para su hobby. Y en todo el mundo avanzado los
bibliotecarios han devenido, además, particulares Ariadnas
de las telarañas electrónicas (guiando a su público también en la Web), en
una demostración de cómo lo antiguo y lo nuevo muchas veces se pueden
complementar... El papel del libro, y el libro de papel Volvamos un momento
sobre la consolidación de los hábitos lectores. Para aprender a leer hay que
leer mucho (como para montar en bicicleta, o para nadar, hay que hacerlo
mucho). Y por fortuna, hay
mucho que leer. El mundo editorial español es especialmente rico, no sólo en
número de nuevos libros al año, sino en la calidad de sus contenidos, e
incluso en aspectos materiales de composición o de fabricación. Un paseo por
nuestras librerías es en sí mismo toda una invitación a la lectura. Sin esta
oferta, constantemente presente en las librerías, y remansada en las
bibliotecas públicas y de las instituciones, no habrá tantas ocasiones y
acicates para lanzarse a la lectura. Y por tanto, no habrá un número
considerable de buenos lectores. Y por tanto, nuestros jóvenes, nuestros
profesionales, nuestros investigadores, no estarán preparados para convertir
la información en conocimiento. |
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Sin
embargo, véase el creciente hábito de lectura
en pantalla, en el informe
de Link + Partner para el XVIII Encuentro sobre la
edición (Santander, 2002). ... Y
estas reflexiones sobre qué ocurre cuando la única posibilidad es la lectura electrónica
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Podría pensarse que la
actual proliferación de equipos informáticos con acceso a la red
(crecientemente en las escuelas, también en muchos hogares) puede bastar para
suministrar motivos de práctica lectora, y materiales para ejercerla. No es
así: la lectura a través de la red está por lo general al servicio de la
búsqueda de datos, de asimilación de informaciones breves. Nadie lee una novela
extensa, un ensayo largo en pantalla (entre otras cosas, porque es muchísimo
más incómodo). Y la lectura detenida y extensa es la que más forma los
hábitos lectores, los automatismos y las capacidades de una extracción
eficiente de información. Por no hablar de la articulación interior y de la
capacidad del diálogo con los otros, sobre la que pronto tendremos que decir
algo. Para educar en la lectura siguen siendo necesarios los libros, porque
los libros son las mejores máquinas de leer. Cuentan de don Jacinto
Benavente, dramaturgo y uno de nuestros premios Nobel,
que al presenciar los avances de la cinematografía (el sonido, la aparición
del color, las promesas de cine en tres dimensiones,...) comentó: "Con
tanto mejorar el cine, ¡van a acabar por inventar el teatro!". Ya
existen dispositivos dotados con pantallas para leer, aunque aún son
imperfectos. Se anuncian (aunque habrá que esperar a verlos) el "papel
electrónico", y la "tinta electrónica", que al final serán
láminas flexibles, con letra bien legible sobre ellas. Pues bien: cuando
hayan reinventado el papel sera tan bueno leer
sobre estos dispositivos electrónicos como sobre un libro tradicional, pero
antes no... ¿Es realmente así?
¿Podemos afirmar sin dudas que la riqueza y diversidad de la oferta
editorial, unida a la acción de la escuela en iniciación y promoción de la
lectura, y al hogar y las bibliotecas públicas como
medio para su consolidación, son nuestras bases más sólidas para preparar a
nuestros ciudadanos para la sociedad de la información? Radicalmente, sí. Puede que esta
afirmación no suene muy a la moda: parece más oportuno demandar equipos
informáticos en las escuelas y hogares (que por supuesto, está muy bien que
tengan), y tarifas económicas y calidad para las conexiones a Internet (que
son claramente necesarias). Cualquier persona sensata se uniría a estas
peticiones, que además, se pueden cumplir rápidamente, mientras que mejorar
nuestras escuelas y bibliotecas, mover nuestra sociedad hacia la lectura —no nos engañemos—
llevará necesariamente años... Pero si no lo hacemos,
nuestros ciudadanos acabarán accediendo a las redes sólo para comprar y bajarse canciones, para
charlar y pescar un dato (lo que está muy bien), pero carecerán de la
habilidad de navegar con eficiencia y aprovechamiento los océanos de
información. No sabrán utilizar sus contenidos y construir con ellos un
conocimiento que además luego puedan comunicar... |
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"Todo se compenetra. La lectura de
los clásicos, que no hablan de ocasos, me ha hecho inteligibles muchos ocasos
con todos sus colores. Hay una relación entre la competencia sintáctica, por
la cual se distingue el valor de los seres, de los sonidos y de las formas, y
la capacidad de comprender cuándo el azul del cielo es realmente verde y qué
porción de amarillo existe en el verde azul del cielo. (Fernando Pessoa, Libro
del desasosiego, compuesto por Bernardo Soares,
ayudante de tenedor de libros en la ciudad de Lisboa, traducción de
Perfecto E. Cuadrado, Barcelona, El Acantilado, http://www.acantilado.es/, 2002) |
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Porque tras la
práctica de la lectura hay algo más, difícilmente mensurable, pero tan básico
que no he podido sino dejarlo para el final. La lectura (al lado de la
influencia de los padres, de los buenos profesores) forma en la construcción
de una articulación intelectual. Hacia el interior: en la forma en que se
organizan nuestros mundos conceptuales y sensibles, en el modo en que
integramos en conjuntos coherentes las miríadas de retazos del universo que
nos rodea. Hacia el exterior: en la forma en que aprendemos a jerarquizar,
sopesar y modular lo que hemos atesorado dentro, para transmitírselo a otros. La práctica de la
lectura entrena en la comunicación con el otro, tanto como forma
interiormente: leer (ficción o ensayo, un libro de cocina o una guía) es
hacerse momentáneamente otro, es percibir en propia carne los
esfuerzos con los que un autor ha tratado de trasmitirnos las desdichas de
dos amantes o la elaboración de un plato delicado. Y el autor se ha dirigido,
salvando a veces abismos de tiempo y espacio, a la idea que tenía de sus
lectores. En el choque entre el lector soñado por el autor y nuestras reales
expectativas lectoras es donde surge la tensión de la apropiación
intelectual. Leer es pactar, más que recibir. |
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José
Cervera, 62 millones de autores |
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Y eso es básico hoy en
día: cada vez más. A diferencia de los medios tradicionales, la Internet es
un canal que va de muchos hacia muchos: el ciudadano de la red es tanto un
receptor, un usuario de informaciones, como un emisor, un creador de mensajes
destinados o a una persona (correo electrónico), a un grupo (listas de
distribución), o al público (webs, páginas
personales). Hoy se rehacen empresas enteras sobre la base de la gestión
del conocimiento,
que no es otra cosa que el reconocimiento de que lo básico es la circulación
del saber entre sus miembros. Y la práctica de la lectura no es sólo un
entrenamiento para la comprensión, para la decodificación, sino la base más
firme para lacomunicación con otros. Ahora sabemos que
quienes, desde el sistema educativo y las editoriales, desde los hogares y
bibliotecas luchaban por la lectura, estaban también trabajando por la sociedad
de la información y del conocimiento: antes de que existiera. La sociedad en su
conjunto tiene que defender la práctica extensa y gozosa de algo en lo que ya
no nos jugamos sólo la pervivencia cultural, sino la entrada en la sociedad
del mañana. Esto no es una
conclusión. Esto es —debería ser— el comienzo de algo muy grande. Como el
soñador de Lovecraft, hemos descubierto que la
ciudad mítica y dorada que perseguimos se encuentra ya ante nuestros ojos, la
poseemos. Ya tenemos la llave de plata. Usémosla. |
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biblioteca pública más más
y passim |
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