Sin embargo, un cambio de tal envergadura en los formatos de intervenci—n educativa a los que est‡n acostumbrados muchos profesores de todos los niveles de ense–anza requiere no s—lo voluntad, sensibilidad, apertura o actitud positiva. Requiere tambiŽn una formaci—n te—rico-pr‡ctica en torno a la “filosof’a” impl’cita en la propuesta, modelos de aprendizaje educativo m‡s acordes con ella, paradigmas motivacionales que apoyen sus enunciados (vŽase Ames, 1987), teor’as del desarrollo acerca de la socializaci—n interactiva (Mugny y PŽrez, 1988; Pepitone, 1980; Slavin, 1987) y, fundamentalmente, requiere un entrenamiento en aquellas destrezas/habilidades pr‡cticas que garanticen su posterior aplicaci—n a cada una de las situaciones de aula (Sharan y Sharan, 1987)È (Santos Rego, 1989, p. 33), como vimos en cap’tulos anteriores. Ahora bien, como reconoce Santos Rego, esto no ser‡ posible si los profesionales de la educaci—n acometen esta importante tarea en solitario o sin suficiente soporte institucional y colegial (vŽase Paquette, 1987; Smith, 1987).Ê