REFLEXIÓN SOBRE LAS TIPOLOGÍAS DE TAREAS DE ASESORAMIENTO

Los centros educativos a diario se ven enfrentados a múltiples y variados retos debido a la realidad tan diversa en la que se ven inmersos. 

Consecuentemente a esta situación, para dar respuesta a tales desafíos, los asesores psicopedagógicos podemos trabajar en cuatro niveles diferentes para atender a colectivos tan heterogéneos como son los alumnos, familia, profesorado y equipo directivo. Cada uno de estos niveles (casos, programas, proyectos y planes) requiere poner en marcha un conjunto de estrategias de actuación para poder intervenir de la manera más adecuada posible en cada uno de los casos.

Sin embargo, dadas las peculiaridades de cada uno de estos niveles y su eficacia y durabilidad en el centro, es recomendable que los psicopedagogos se conviertan en pieza clave para que lo que en un principio puede ser un caso aislado que requiera de una intervención puntual, se convierta en plan y de esta manera entre a formar parte de la institución.

En este sentido, esta diferenciación jerárquica que se establece en cada uno de los escalones, es debida a la situación y pertinencia de éstos dentro de la institución. El caso (tarea de asesoramiento caracterizada por ser el que conlleva mayor imprevisión e incertidumbre), es una respuesta educativa que se da como resultado de aquellas situaciones que se producen de una manera inesperada y que requieren de una actuación lo más temprana posible.

El segundo de los niveles son los programas. En estos casos ante una situación imprevista que surge en el centro educativo, se propone la búsqueda de programas donde ya vengan marcadas las formas de proceder y que contengan las soluciones más adecuadas a los problemas en cuestión.

Los proyectos, por otro lado, son definidos por el propio centro como consecuencia de la realidad en la que se ven implicados. Ante un problema concreto (por ejemplo: el racismo) se pone en marcha un proyecto, en el que el tiempo de duración no está establecido ya que depende de múltiples variables.

Por último, los planes se caracterizan por estar muy bien programados y no ser actos imprevistos llenos de incertidumbres. Existe una institucionalización de la intervención, caracterizada por su tradición en el centro en la que los planes de intervención están bien definidos y adaptados a las necesidades y contextos concretos.

 

De esta manera, a modo de reflexión queremos resaltar que como psicólogos de la educación, por un lado, debemos ser competentes en cada una de las tareas de asesoramiento a las que nos podemos enfrentar a diario, y por otro lado, nuestra labor también se centra en que poco a poco, lo que un día se nos plantea como un caso podamos convertirlo en programa, en proyecto y por último institucionalizarlo y que se vea transformado en un plan.

Relacionando toda esta reflexión con la necesidad de que la intervención psicopedagógica tenga una continuidad en el centro, y para garantizar así su eficacia, nos gustaría añadir que la interevención psicopedagógica mediante planes puede favorecer la continuación de la línea de aseoramiento independientemente de si los psicopedagogos u orientadores permanezcan en el centro o no.